domingo, 17 de febrero de 2008

Víctor Manuel Mendiola sobre el diccionario de Domínguez Michael

Sobre el pseudo-diccionario que redactó el enanito (por mezquino) bufón de la corte panista Christopher Domínguez Michael...

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Ni diccionario ni crítico el recuento de la literatura mexicana del FCE
Víctor Manuel Mendiola

La moral, en el sentido profundo de la palabra, interviene más de lo que se piensa en la creación artística
Octavio Paz, Puertas al campo

El título de Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955 - 2005 falla al designar la arbitraria selección de notas que Christopher Domínguez Michael ha agrupado en su nuevo libro. Las omisiones y desmesuras de la obra no sólo cuestionan al pretendido diccionarista sino también a la importante casa que lo editó.

Si leyéramos el último libro Christopher Domínguez como una reedición de muchos de los textos que ha publicado acerca de la literatura mexicana, podríamos pensar que con la nueva reunión el autor nos ofrece un panorama más armonioso de cierta parcela de sus lecturas. El reagrupamiento tendría cierto sentido y le concederíamos validez pero sin darle demasiada importancia, ya que de hecho no representaría una novedad. Veríamos en la recomposición de los textos una oportunidad editorial del autor para recircular su obra. Legítimo y explicable.

No es así. El reagrupamiento de las notas posee un valor que no se puede soslayar, tanto por el título como por la naturaleza del editor que lo publica. Diccionario crítico de la literatura mexicana 1955 - 2005 (FCE, 2007, México, 588 p.) es una publicación complaciente y plena de pretensiones que no responde a lo que debiéramos esperar de un libro con ese título comprometedor. En primer lugar, no es, a pesar del orden alfabético, un diccionario. Es más bien una selección personal en la cual no es posible entender racionalmente por qué están unos autores y faltan otros. El uso de la palabra diccionario en una casa editorial con la autoridad del Fondo de Cultura Económica y en el formato de diseño de la colección de los grandes diccionarios, debiera obligar a quien echase mano de ese vocablo, diccionario, y de ese epíteto, crítico, a cubrirlos requisitos mínimos y aceptables del rigor, tales como un universo completo preciso y coherente, textos proporcionados a la importancia de los escritores, inclusión de las aclaraciones pertinentes y una visión objetiva, evitando prejuicios y favoritismos. Si un estudioso hace un diccionario de botánica, no solo escoge las plantas representativas de su invernadero, si no las que están en los demás jardines. Esto es todavía más necesario cuando una obra se anuncia en portada no como una lista casual sino como la recopilación ordenada de un espacio temporal tan reciente y, por eso mismo, problemático. Si Domínguez dijera “Mi diccionario” o mejor aún —mucho menos fatuo— “Mi selección”, de acuerdo a la fórmula que es la manera honorable, o “Diccionario de autor” como señala a hurtadillas en el prólogo, y si el FCE hubiera publicado esta obra con un título más subjetivo, en concordancia con la índole del texto, y bajo el formato de une de tantos volúmenes de crítica, podríamos aceptarla o ponerle reparos, pero no tendría implicaciones editoriales graves. Sería uno de tantos libros y el lector se acercaría a él sin prejuicios, de la misma forma que hacemos cuando consultamos las revisiones alfabéticas o no alfabéticas de Emmanuel Carballo, Adolfo Castañón o Alejandro Toledo y tantos otros. Pero al ser publicado con ese nombre ostentoso y con el anuncio del rasero “crítico” se da una valoración errónea de la literatura mexicana; se mal orienta y, peor aún, se le toma el pelo al lector. El título ostentoso no se corresponde con la selección limitada ni con muchos de los textos arbitrarios y vagos, insuficientemente procesados para un compendio de tal envergadura. Aunque Domínguez ha sido muchas veces un analista constante de la narrativa hispanoamericana es incomprensible por qué el FCE aceptó publicar este refrito de notas.

En segundo lugar está la aritmética. Cuando el lector se percata de que Rubén Bonifaz Ñuño y Jaime Sabines tienen, el primero, una página y, el segundo, apenas un poco más de media, mientras que Enrique Krauze cuenta con diez y la mayor parte de Ios compañeros, amigos y directores o guías de Domínguez se llevan generosas revisiones, uno advierte que algo está torcido. Sí, definitivamente, como diría el príncipe: “Algo está podrido en Dinamarca, A esta compilación le falta lo que tiene la crítica real: decisión para separarse de los compromisos personales y de los afectos, falta de independencia para caminar con opiniones propias. Me pregunto qué pensarán el Sistema Nacional de Creadores del Conaculta y la Fundación Guggenheim, que apoyaron el proyecto de una publicación no sólo tan precaria y carente de profesionalismo, sino tramposa.

Por otro lado, cómo es posible que en un diccionario “crítico” de la literatura mexicana no estén José María Pérez Gay (autor de ensayos tan originales en El imperio perdido); Guillermo Samperio (narrador de cuentos imaginativos que nada tiene que ver con la prosa vacía y seudosexual que pulula aquí y allá); Elena Poniatowska (inolvidable, en primer lugar por La noche de Tlatelolco); Marco Antonio Campos (poeta que lleva la poesía confesional al expresionismo); Ángeles Mastretta (hábil narradora que los lectores siguen como a pocos escritores); Efraín Bartolomé (heredero de la voz selvática de Pellicer); Julieta Campos (fina y compleja narradora en Muerte por agua); Ignacio Padilla (de lectura obligada por Amphitryon); Sabina Berman (creadora de un teatro al margen de los clichés locales); Evodio Escalante (acaso el mejor ensayista de su generación y citado varias veces en el diccionario por sus pertinentes y agudos señalamientos pero eludido en el índice y aludido con el nombre despectivo de profesor Escalante); Eraclio Zepeda (cuentista poderoso donde se dan cita al mismo tiempo el siglo XVI y la modernidad); Federico Campbell (prosista de la ineludible novela Pretexta); Luis Miguel Aguilar (autor del libro de poemas Chetumal Bay Anthology que para los que sí saben de poesía es imprescindible); o, ya que Domínguez incluyó historiadores, cómo es posible que haya pasado por alto a Miguel León Portilla (figura fundamental sobra decirlo para comprender en el mundo moderno a los antiguos mexicanos y su literatura); a Luis González y González (creador de ensayos esenciales de microhistoria); y a Guillermo Tovar y de Teresa (La ciudad de los palacios es una referencia). En este mismo plano, si están elegidos varios escritores de origen extranjero, ¿Por qué la ausencia de Juan Gelman ¿Tal vez Domínguez agotó la cuota permitida de izquierda? La obra de todos estos autores nos puede gustar o no pero en un diccionario crítico deben estar ellos y otros más que no he mencionado aunque nada más fuera para establecer la amplitud necesaria y darle al compendio un equilibrio objetivo. Nuestra decepción crece aún más cuando advertimos que mientras Jaime Sabines, es en el tratamiento de Domínguez, un poeta priísta de clases medias, Enrique Krauze, con sus textos históricos de difusión, es un gran literato y casi un héroe de la protesta de la nacionalización de la banca. En suma tanto en las valoraciones cuantitativas como cualitativas del “diccionario” todo está al revés. Al poeta se le juzga con martillo por sus posturas políticas y al articulista de ensayos políticos e históricos se le pone entre almohadillas por una supuesta voluntad de estilo. Todos sabemos que la aceptación amplia y profunda de la obra de Sabines es entre otras muchas cosas un “misterio” y una chocantería del gusto popular y todos sabemos asimismo que Krauze ha realizado un valioso esfuerzo en la difusión de la historia mexicana —curiosamente también entre un público masivo nada más que éste se encuentra en la TV.

Pero a ninguno de los dos los hace mejores o peores desde el punto de vista del rigor, contar con un público numeroso y clasemediero, de izquierda o mojigato. Lo que interesa es su contribución efectiva a la literatura. Y en ese sentido Sabines es un gran poeta —modificó el lenguaje de la poesía hispanoamericana y con él nuestra manera de usar las palabras— y Krauze un difusor apasionado de la historia de México —ha ayudado a que un público común y corriente piense en una parte de los momentos esenciales de nuestra historia moderna ¿A quién le correspondería una revisión más concienzuda? Es candorosa y relamida la manera como se agrega al poeta y critico José María Espinasa. De forma engolada Domínguez confiesa: “… al catálogo de sus recomendaciones, en poesía y en prosa, debo muchos de mis libros electivos…”. ¿Lo incluyó porque le sugiere lecturas? Flaco favor le hizo a nuestro amigo.

Quizá otro de los problemas de este diccionario es la pretensión de Domínguez de abarcar lo que no comprende: la lírica. Él mismo ha dicho que no entiende la poesía. Si es así, ¿por qué su obstinación en dar opiniones que revelan falta de inteligencia en el entendimiento de los problemas fundamentales de la poesía contemporánea? Esta insistencia muestra a Domínguez, una y otra vez, tan insensible como carente de gusto. Bastaría con revisar sus acercamientos al poeta Eduardo Lizalde para damos cuenta que no atina en la localización de los poemas esenciales del autor de El Tigre en la casa. Bastaría también con observar algunos de los nuevos poetas seleccionados para comprobar que son los más confusos y epigonales de la poesía mexicana reciente. Si Domínguez cree que el lenguaje sinuoso e impreciso de Vicente de Aguinaga —de quien habla con el batiburrillo característico de Eduardo Milán: “planeta de paisajes casi inmóviles cuyo tiempo puede estar antes o después” y el de Julián Herbert —a quien trata de explicar en una frase cacofónica: “… un libro de poemas que llama la atención por la forma en que Herbert erra…” —representan lo mejor de nueva poesía está equivocado. El diccionarista deja de lado a los nuevos que merecen interés: Samuel Noyola, Juan Carlos Bautista, Pedro Guzmán, Luis Felipe Fabre y José Eugenio Sánchez.

Pero no son los disparos a tontas y locas de Domínguez lo que resulta verdaderamente preocupante, sino que el FCE en una publicación de esta clase, haya tirado por la borda la solidez editorial y haya minusvaluado a un gran número de escritores que son, en muchos casos sus propios autores. Esta casa editorial ¿va a abandonar el cuidado de la edición que mantuvo —más o menos— en los años anteriores por complacer a un grupo quién sabe por qué motivos? ¿Este es el diccionario critico que mostrará a la literatura mexicana en el extranjero? ¿Ésta es la pluralidad que debe tener la editorial de todos los escritores mexicanos de valor indiscutible? ¿Ésta es la novedad que la dirección del FCE nos tiene reservada para su segunda larga administración?

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Fuente: Suplemento "Confabulario", de El Universal, sábado, 12 de enero de 2008.

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martes, 12 de febrero de 2008

En el jardín de los Huerta

Después de leer los mensajes de Thelma Nava y Raquel Huerta-Nava, escribí lo siguiente.

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Es comprensible la reacción de las Sras. Nava y Huerta-Nava. Todos tendríamos que preguntar a nuestra de por sí intrigante conciencia: si nuestros literatos son tan magníficos y puros, ¿por qué insistimos en sospechar de ellos?

El libro premiado en 1978 por Efraín Huerta, Roberto Fernández Retamar y Jaime Sabines, contiene los siguientes versos:

Sabines dijo:
A la chingada las lágrimas
y se puso a llorar
como se ponen a parir.
Yo dije:
al carajo la poesía
y me puse a escribir
como se ponen a vivir

El libro que halaga a uno de los jurados, milagrosamente, resulta premiado. Esto es como si yo enviara los siguientes versos a un concurso:

Thelma Nava escribió:
las fotos del Che Guevara son lámparas de fuego
Yo dije: a la chingada la poesía
mas no tomé un fusil ni me morí en la selva

Ahora imagínense que mis versos salieran premiados (y ningún mérito tienen, ya se ve) por un jurado del que formara parte ¡Thelma Nava! Por favor, ¿a quién pretendemos engañar?

A Raquel Huerta-Nava (dueña, según ella misma, de una súper memoria) le entristecen "los pleitos a causa del premio Aguascalientes". Pues que seque las lágrimas de sus ojazos negros, ¡porque no hay ningún pleito! ¡Ojalá hubiera! Han aparecido tan sólo, que yo sepa, DOS artículos (uno en un diario muy leído, el otro yace sepultado en un periódico de Acapulco) donde se denuncia, muy tímidamente, la corrupción y la mediocridad de las letras mexicanas. Estos artículos pasan de largo casos recientes como los de Dana Gelinas (cuyo libro es más malo todavía que el de Elena Jordana, aparte de ser un plagio de la también muy malita Carla Faesler) y Mario Bojórquez (de cuyo miniescándalo nadie se atrevió a preguntar más, después de que las personas que iban a denunciar a Bojórquez fueron amenazadas de muerte).

Aunque --para abonar un poco en favor de los periodistas-- si ya hasta amenazas de muerte hay, entiendo la timidez de sus alegatos. Y también entiendo que la mayoría de los que nos damos cuenta de estas cosas, nos quedemos callados. No es peyorativo, sino preciso, y hasta científico, el término "mafias culturales".

Si yo trabajara en la burocracia cultural, continuaría tranquila. El Aguascalientes se declara desierto como una tímida llamada de atención acerca de la corrupción reciente. Muy bien, no pasa nada. Un par de listillos suelta un par de "periodicazos" sobre la misma corrupción. Muy bien, no pasa nada. Yo les apuesto que el próximo año van a volver a premiar a los amigos de los jurados, o a libros con dedicatorias afortunadas, como ha ocurido toda la vida. Y la literatura mexicana seguirá nutriéndose de versos tan "originales" (sic, o sick) como los de Elena Jordana; en tanto que (¿quién sabe?) tal vez se pierda para siempre, entre un montón de paja, un bonchecito de buenas páginas de dos o tres escritores alejados de las capillas culturales (catedrales, más bien) de nuestros santísimos literatos famosos.

Se despide de ustedes con afecto, sin pleitos y con más pelos en la lengua de los que debiera tener...

Quijotita.

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Hija de Efraín Huerta desmiente a Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido

Niega Raquel Huerta-Nava que su padre, el poeta Efraín Huerta, haya otorgado a Elena Jordana el premio de poesía Aguascalientes 1978 sin antes haber leído los demás libros enviados al concurso. Huerta-Nava desmiente, específicamente, a Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido, quienes recordaron en el periódico Milenio (ver artículo aquí) el chisme que desde hace años circula sobre Efraín Huerta. Lo que sigue es el mensaje de doña Raquel. Somos respetuosos de la pintoresca redacción original.

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A la opinión publica:

Es muy triste contemplar los pleitos a causa del premio Agusacalientes. Más indignante es ver cómo un cobarde enemigo de mi padre Efraín Huerta, aprovecha para manchar su memoria a 25 años de su muerte. Si Luis Aguilar, Armando Alanís Pulico o Rolando Rosas tienen algo que decir sobre la labor literaria de mi padre que lo comprueben con documentos, grabaciones o videos (los delirios tremens de cantina no están incluidos) o que callen para siempre. Efraín Huerta, contrariamente a lo que sus mediocres enemigos creen fue un hombre íntegro. Y ya que tanto les interesa les daré mi testimonio de lo que sucedió en mi casa:

Efraín Huerta fue desechando libros hasta reunir en una mesa a sus finalistas, eran alrededor de diez libros. Había libros estupendos, lo sé porque los vi, entre ellos la propuesta de Elena Jornada destacaba por su originalidad. Motivo que ha sido en más de una ocasión motivo del otorgamiento de este certamen.

Tras muchas horas de deliberación y discusiones, pues cada uno de los tres jurados, Sabines, Retamar y Huerta tenía distintos candidatos, le otorgaron el premio al libro de la Jordana. Eso fue lo que yo presencié en compañía de Roberto Fernández Retamar quien se los puede contar mucho mejor que yo y en compañía de mi madre, la poeta Thelma Nava. Ninguna otra persona estuvo ese día en mi casa.

Nada más tengo que decir al respecto. Tan sólo que me parece ridículo que un solo premio marque la "consagración" de un poeta en México. Creo que es tiempo de acabar con ese mito genial.

Atentamnete:

Raquel Huerta-Nava

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Nota del blog:
Thelma Nava, viuda del poeta y madre de Raquel, escribió su propio desmentido del artículo de Aguilar y Alanís Pulido; pueden leerlo aquí.

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Viuda de Efraín Huerta niega acusaciones de Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido

Ayer copiamos aquí un artículo del periódico Milenio, en el que los escritores regiomontanos Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido reviven un chisme que circula desde hace años en el medio literario acerca del poeta Efraín Huerta, quien habría seguido la sugerencia de Jaime Sabines de otorgar el premio de poesía Aguascalientes 1978 a Elena Jordana sin haber leído ninguno de los demás libros enviados a concursar. La mañana de hoy encontré en mi buzón electrónico un mensaje de Thelma Nava, viuda de Huerta, donde asegura que el poeta cumplió con su obligación, en su carácter de miembro del jurado del concurso, de haber leído todo material participante. Respetuosos de la polémica sintaxis y la no menos sorprendente puntuación de que hace gala doña Thelma, compartimos con los lectores del blog su mensaje completo, destinado originalmente al escritor Óscar Wong.

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Querido Oscar Wong:

Es indignante que a estas alturas alguien se atreva a decir las tonterías que ha dicho sobre cómo fue que Elena Jordana obtuvo el Premio Aguascalientes. Las deliberaciones fueron en mi casa en aquella ocasión y ¿COMO ALGUIEN SE ATREVE A DECIR QUE EFRAIN NO HABIA LEIDO EL MANUSCRITO? Todo es absolutamente absurdo, porque ME CONSTA, lo mismo que a Raquel, que era muy pequeña entonces, que los tres poetas discutieron e intercambiaron opiniones por largo tiempo y finalmente hubo el consenso de que el mejor libro en ese momento era el de Elena Jordana. Sabines no fue amigo de la Jordana, eso te lo aseguro, ni tampoco Efraín la conocía, mucho menos Fernández Retamar.

Me parece ocioso tanta estúpida polémica porque se haya declarado desierto el Premio Aguascalientes. No tengo nada qué opinar al respecto.

Saludos

Thelma Nava

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lunes, 11 de febrero de 2008

No lo sabemos des(c)ierto

No lo sabemos de cierto, pero suponemos... Me mandan este artículo del periódico Milenio...

http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/nota.asp?id=593478

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Premio Aguascalientes de Poesía: No lo sabemos des(c)ierto

Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido
Periódico Milenio


L
a suspicacia ronda los premios literarios. Los grupos de poder, el marketing, la imposición de jurados, el predominio de una visión estética particular, son algunos de los males que aquejan a la República de las Letras.
9-Febrero-08

Amigos convenientes

En 2003, en una cantina de Texcoco, el poeta Rolando Rosas Galicia nos contó que, a la deliberación del Premio Aguascalientes 1978, Jaime Sabines llegó tarde y preguntó a sus compañeros jurados si habían leído los libros. Efraín Huerta habría confesado que no, mientras Roberto Fernández Retamar dijo haberlo hecho, pero admitió requerir consejo para “orientar” su decisión. Sabines propuso dar el premio a Elena Jordana, y Elena Jordana, con Poemas no mandados, ganó el codiciado galardón. Para nadie era un secreto la férrea amistad que Jordana y Sabines sostenían. Incluso, un poema de la autora menciona al poeta chiapaneco, por si quedaban dudas de la cercanía. Cita: Sabines dijo: /A la chingada las lágrimas /y se puso a llorar /como se ponen a parir. /Yo dije: /al carajo la poesía /y me puse a escribir /como se ponen a vivir (de Poemas no mandados, 1978).

Si sí o si no, no es tanto un secreto como un entendido nacional y conveniente. En el panorama literario no es poco común que los libros premiados resulten de talleres impartidos por los propios jurados; o que las relaciones personales que se entablan en centros de creación, ámbitos burocráticos o grupos de “política cultural” afines, redunden luego en la causalidad de reconocimientos y jurados.

Los cuestionamientos a un hipotético demérito en la calidad de los libros premiados con el más importante reconocimiento nacional de poesía —exacerbados quizá sin correlación directa con la concesión del premio a Mario Bojórquez (El deseo postergado, 2007)— pasan por un desgaste dadas las relaciones interpersonales de premiadores y premiados; aunado a la insistencia —mediante la selección de jurados— respecto de una visión estética casi única e indivisible, cuya excepción fue, quizá, Héctor Carreto (Coliseo, 2002).

Esa estética plantea la visión única del centralismo, a partir de los academicismos establecidos por el sector oficial: talleres del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Centro Mexicano de Escritores o la Fundación para las Letras Mexicanas, entre otros, que excluyen de manera consecutiva visiones estéticas o planteamientos que no encajan en las visiones de quienes detentan el poder de las políticas culturales; una visión que incluso ha llegado a reivindicar —dentro del Aguascalientes— a escritores más por su trayectoria que por los materiales presentados a competencia.

Un ejercicio realizado de manera extraoficial entre poetas en 2002 (Luis Aguilar, Julián Herbert y Luis Armenta Malpica) arrojó una lista de —entonces— potenciales ganadores del premio. En la lista, surgida de la tertulia y el divertimento con la estética impuesta al premio, figuraban el propio Bojórquez, María Rivera, María Baranda, Luigi Amara y Luis Vicente de Aguinaga. Salvo Amara, los otros cuatro han ganado ya el premio Aguascalientes. Así es de predecible la estética predilecta. La excepción que confirma esta regla es, tal vez, Carreto.

“Hay una visión clara porque la selección de jurados había sido realizada con cierta alevosía, y con la ventaja de imponer a jurados sin ninguna variación en su propia creación y en lo que seguramente evaluarían de un trabajo poético. De los últimos premios, María Rivera tiene un libro (con el que ganó el Premio Elías Nandino) mucho mejor que el que obtuvo el Aguascalientes y, en general, creo que solamente el libro de Aguinaga (Reducido a polvo, 2004) alcanza el nivel que debería exigir el premio”, considera Armenta Malpica, director de Mantis Editores, quizá la editorial independiente de poesía con más peso en el país.

No es casualidad que, en el acta de su dictamen, el jurado del premio haya establecido, de manera unánime, declarar desierto el Aguascalientes 2008, “debido a que ninguno de los manuscritos cumplió con el nivel de excelencia indispensable en un concurso con la trayectoria y el prestigio propios del Premio de Poesía Aguascalientes”.

En la consideración debemos sumar los cambios hechos en la organización y a las reglas del premio, luego de la polémica generada por la concesión del premio a Bojórquez, a partir del cual se estableció la obligatoriedad de nombrar un jurado internacional, uno nacional (ganador del premio) y uno local. Incluso, hubo planteamientos para que los jurados nacionales y locales fuesen seleccionados al azar, mediante sorteo. Ello muestra que la crisis en la organización y otorgamiento del Aguascalientes no es un fantasma empujado desde fuera.

Esta crisis se nutre desde luego de leyendas, digamos, poéticas, como la de un bardo tabasqueño que elabora una bitácora de jurados contra ganadores, analizando el estilo de ambos y sacando conclusiones, con la finalidad de escribir algo que sea afín al grupo de evaluadores. Sí: en las letras mexicanas los carriles, tendencias, estilos y conformación de grupos son un secreto ya no tan a voces, por lo que en la discusión entre la suspicacia y el merecimiento, siempre gana la primera.

Te lo juro por el jurado

Sin duda alguna, quienes asumen la responsabilidad de imponer su gusto para definir un merecimiento tienen todo nuestro respeto, aunque en algunos casos no comulguemos con la idea de declarar desierto un premio. Y no se trata, como decía Alfonso Reyes en Deldiario, de sacarle partido artístico a dolores que uno tiene destinados (ninguno de los autores de este texto ha buscado el premio Aguascalientes). El hecho es que, hoy, más de 200 libros de poesía mexicana contemporánea no tienen calidad suficiente, son malos o malísimos, según José Luis Rivas, Jorge Esquinca y José Javier Villarreal (este último con un historial amplio como jurado de premios desiertos).

Ahora, si bien es cierto que el Aguascalientes ha permanecido en los recientes años en una espiral construida por la duda, también es que se antoja difícil no encontrar un libro de calidad entre 200 trabajos. ¿Cuántos de estos libros desdeñados por los jurados serán publicados pronto, ganarán otro certamen o recibirán críticas en revistas literarias elevándolos a la excelencia? Parece por momentos que un exceso de conciencia y análisis busca restituir al premio el prestigio —poco o mucho— que se ha perdido entre los reconocimientos otorgados entre amigos a libros no del todo favorecidos ni por la crítica ni por la poesía.

Cierta poesía desierta

Nos hubiera gustado celebrar —seguir celebrando la vida— con un nuevo libro de poesía, porque en su lectura sopesamos algunas penurias cotidianas que nos acalambran, pero hoy nos encontramos, como otros lectores, en un debate sobre la condición de la actual poesía mexicana.

No es un axioma ni creemos que los poetas sean devorados por el verso, pero nos asaltan dudas. Alguien dijo: te tengo una mala noticia que es muy buena: creo, siento sin entusiasmarme con desenlaces provisionales, que este hecho es una advertencia para quienes tienen prioridades en verso, lo que dejaría que la especulación, el debate y la reflexión aderezados de “incursiones fallidas o triunfales, certeras o descabelladas con barbaridad y talento con inspiración o supersticiones” (Gabriel Zaid dixit) “comiencen a aparecer”.

Aquí la carencia es una necesidad que quiere ser satisfecha y el homenaje a Gerardo Deniz —tan merecido como necesario— encaja por una sola circunstancia: su obra poética.

“Declarar ahora desierto ese premio no es ni un llamado ni una advertencia, no es más que otro foco de alarma de un proceso más general y más grave: yo mismo acabo de ser jurado de un concurso literario que fue declarado desierto. Eso está ocurriendo cada vez con más frecuencia en los certámenes. No sólo está en juego la salud de la poesía, sino la de toda la literatura mexicana”, considera el crítico y poeta Sergio Cordero, quien no descarta la corrupción moral de los certámenes.

“Los grupos y mafias literarias, a los que se les culpa del fracaso de tantas jóvenes promesas, son uno entre varios males. Esta clase de grupos surgieron el siglo pasado como una estrategia de los escritores para defenderse de un medio sociopolítico hostil. Pero el tiempo les restó vigencia y sus propias estrategias defensivas los asfixian. Hay un mal más grave y reciente: desde que escriben sus primeros versos, los escritores jóvenes ven a la literatura como un medio y no como un fin. No les interesa escribir bien, les interesa cobrar bien por lo que escriben, aunque sus libros no aporten nada a la cultura”, dice.

No es extraño. En un medio donde los críticos son especie en extinción, las campañas para exterminarlos es sistemática y tiene consenso en el ambiente literario. Para Cordero, la complicación es doble: hay quienes no quieren decir a un autor que no tiene talento; pero ocurre también lo inverso: no se reconoce la trayectoria de un escritor de talento porque no pertenece a un grupo influyente, porque no es funcionario o no se deja seducir por una facción cultural.

“En vista de tan negro panorama con las anteriores consideraciones”, finaliza Cordero, “¿qué pasaría si desapareciera el Premio de Poesía de Aguascalientes? Absolutamente nada”.

El premio ha sido ganado, entre otros poetas mexicanos, por Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández, Myriam Moscona y Malva Flores; y sólo ha sido declarado desierto en dos ocasiones: la primera por un jurado compuesto por Isabel Fraire, Ulalume González de León y Rubén Bonifaz Nuño. Ahora, José Javier Villarreal, Jorge Esquinca y José Luis Rivas han hecho lo mismo.

“Resulta inquietante”, considera el poeta Eduardo Hurtado, “que el certamen de poesía más importante de México, al que concurre cada año una considerable proporción de los muchos autores que se dedican de lleno al género, arroje este resultado desalentador: entre los más de 200 originales presentados: ni uno solo alcanzó a colmar las supremas exigencias de los dictaminadores”.

Según Hurtado, algo debe andar muy mal si se piensa que esto sucede en un medio donde un considerable número de poetas se consagra al oficio, publica, concurre a talleres o los coordina, y asiste a toda clase de actividades relacionadas con la poesía, en un país que goza de un amplio reconocimiento por la calidad de sus poetas.

“Ellos mismos (los jurados) recibieron este premio antes, sus obras desataron polémicas a la hora en que ganaron, y aún está por verse (el tiempo dirá) si sus respectivos libros, que merecieron el galardón, tienen las cualidades necesarias para perdurar”, agrega.

Para Armenta Malpica, sin embargo, era necesario un alto al premio.

“Creo que era necesario un alto al premio, y aunque coincido con Hurtado en que no debiera premiarse a un autor que no concursó, por excelente que sea la obra de Deniz, tampoco creo que la salud de la poesía mexicana esté en duda. Simplemente a tres autores (que antes han ganado el premio) se les hizo que ya estaba muy deslucido el certamen y quisieron levantarlo. Iba en juego el prestigio del Aguas (y por tanto el suyo propio)”, considera.

Desde luego, nadie cuestiona la vida ni la importancia del Aguascalientes, pero es momento de que la vuelta de tuerca que se inició tras el dictamen de 2007 se concrete. Abrir el abanico de posibilidades estéticas es, quizá, la tarea más importante.

***

Luis Aguilar es poeta. Autor de Eclipses y otras penumbras, Soberbia de cantera, Tartaria, Mantel de tulipanes amarillos y Los ojos ya deshechos. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y portugués. Armando Alanís Pulido es poeta y coordinador del proyecto independiente Acción poética. Es autor de Combustión espontánea, Los delicados escombros y La costumbre heroicamente insana de hablar solo, entre otros libros.

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sábado, 2 de febrero de 2008

La verdad acerca de Jaime Sabines

Jaime Sabines al desnudo.Cantemos al dinero
con el espíritu de la navidad cristiana.
No hay nada mas limpio que el dinero,
ni mas generoso, ni mas fuerte.
El dinero abre todas las puertas;
es la llave de la vida jocunda,
la vara del milagro,
el instrumento de la resurrección.
Te da lo necesario y lo innecesario,
el pan y la alegría.
Si tu mujer esta enferma puedes curarla,
si es una bestia puedes pagar para que la maten.
El dinero te lava las manos
de la injusticia y el crimen,
te aparta del trabajo, te absuelve de vivir.
Puedes ser como eres con el dinero en la bolsa,
el dinero es la libertad.
Si quieres una mujer y otra y otra, cómpralas,
si quieres una isla, cómprala.
si quieres una multitud, cómprala.
(Es el verbo mas limpio de la lengua: comprar.)
Yo tengo dinero quiere decir que me tengo.
Soy mío y soy tuyo
en este maravilloso mundo sin resistencias.
Dar dinero es dar amor.

¡Aleluya, creyentes,
uníos en la adoración del calumniado becerro de oro
y que las hermosas ubres de su madre nos amamanten!

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