No lo sabemos des(c)ierto
No lo sabemos de cierto, pero suponemos... Me mandan este artículo del periódico Milenio...
http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/nota.asp?id=593478
* * *
Premio Aguascalientes de Poesía: No lo sabemos des(c)ierto
Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido
Periódico Milenio
La suspicacia ronda los premios literarios. Los grupos de poder, el marketing, la imposición de jurados, el predominio de una visión estética particular, son algunos de los males que aquejan a la República de las Letras.
9-Febrero-08
Amigos convenientes
En 2003, en una cantina de Texcoco, el poeta Rolando Rosas Galicia nos contó que, a la deliberación del Premio Aguascalientes 1978, Jaime Sabines llegó tarde y preguntó a sus compañeros jurados si habían leído los libros. Efraín Huerta habría confesado que no, mientras Roberto Fernández Retamar dijo haberlo hecho, pero admitió requerir consejo para “orientar” su decisión. Sabines propuso dar el premio a Elena Jordana, y Elena Jordana, con Poemas no mandados, ganó el codiciado galardón. Para nadie era un secreto la férrea amistad que Jordana y Sabines sostenían. Incluso, un poema de la autora menciona al poeta chiapaneco, por si quedaban dudas de la cercanía. Cita: Sabines dijo: /A la chingada las lágrimas /y se puso a llorar /como se ponen a parir. /Yo dije: /al carajo la poesía /y me puse a escribir /como se ponen a vivir (de Poemas no mandados, 1978).
Si sí o si no, no es tanto un secreto como un entendido nacional y conveniente. En el panorama literario no es poco común que los libros premiados resulten de talleres impartidos por los propios jurados; o que las relaciones personales que se entablan en centros de creación, ámbitos burocráticos o grupos de “política cultural” afines, redunden luego en la causalidad de reconocimientos y jurados.
Los cuestionamientos a un hipotético demérito en la calidad de los libros premiados con el más importante reconocimiento nacional de poesía —exacerbados quizá sin correlación directa con la concesión del premio a Mario Bojórquez (El deseo postergado, 2007)— pasan por un desgaste dadas las relaciones interpersonales de premiadores y premiados; aunado a la insistencia —mediante la selección de jurados— respecto de una visión estética casi única e indivisible, cuya excepción fue, quizá, Héctor Carreto (Coliseo, 2002).
Esa estética plantea la visión única del centralismo, a partir de los academicismos establecidos por el sector oficial: talleres del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Centro Mexicano de Escritores o la Fundación para las Letras Mexicanas, entre otros, que excluyen de manera consecutiva visiones estéticas o planteamientos que no encajan en las visiones de quienes detentan el poder de las políticas culturales; una visión que incluso ha llegado a reivindicar —dentro del Aguascalientes— a escritores más por su trayectoria que por los materiales presentados a competencia.
Un ejercicio realizado de manera extraoficial entre poetas en 2002 (Luis Aguilar, Julián Herbert y Luis Armenta Malpica) arrojó una lista de —entonces— potenciales ganadores del premio. En la lista, surgida de la tertulia y el divertimento con la estética impuesta al premio, figuraban el propio Bojórquez, María Rivera, María Baranda, Luigi Amara y Luis Vicente de Aguinaga. Salvo Amara, los otros cuatro han ganado ya el premio Aguascalientes. Así es de predecible la estética predilecta. La excepción que confirma esta regla es, tal vez, Carreto.
“Hay una visión clara porque la selección de jurados había sido realizada con cierta alevosía, y con la ventaja de imponer a jurados sin ninguna variación en su propia creación y en lo que seguramente evaluarían de un trabajo poético. De los últimos premios, María Rivera tiene un libro (con el que ganó el Premio Elías Nandino) mucho mejor que el que obtuvo el Aguascalientes y, en general, creo que solamente el libro de Aguinaga (Reducido a polvo, 2004) alcanza el nivel que debería exigir el premio”, considera Armenta Malpica, director de Mantis Editores, quizá la editorial independiente de poesía con más peso en el país.
No es casualidad que, en el acta de su dictamen, el jurado del premio haya establecido, de manera unánime, declarar desierto el Aguascalientes 2008, “debido a que ninguno de los manuscritos cumplió con el nivel de excelencia indispensable en un concurso con la trayectoria y el prestigio propios del Premio de Poesía Aguascalientes”.
En la consideración debemos sumar los cambios hechos en la organización y a las reglas del premio, luego de la polémica generada por la concesión del premio a Bojórquez, a partir del cual se estableció la obligatoriedad de nombrar un jurado internacional, uno nacional (ganador del premio) y uno local. Incluso, hubo planteamientos para que los jurados nacionales y locales fuesen seleccionados al azar, mediante sorteo. Ello muestra que la crisis en la organización y otorgamiento del Aguascalientes no es un fantasma empujado desde fuera.
Esta crisis se nutre desde luego de leyendas, digamos, poéticas, como la de un bardo tabasqueño que elabora una bitácora de jurados contra ganadores, analizando el estilo de ambos y sacando conclusiones, con la finalidad de escribir algo que sea afín al grupo de evaluadores. Sí: en las letras mexicanas los carriles, tendencias, estilos y conformación de grupos son un secreto ya no tan a voces, por lo que en la discusión entre la suspicacia y el merecimiento, siempre gana la primera.
Te lo juro por el jurado
Sin duda alguna, quienes asumen la responsabilidad de imponer su gusto para definir un merecimiento tienen todo nuestro respeto, aunque en algunos casos no comulguemos con la idea de declarar desierto un premio. Y no se trata, como decía Alfonso Reyes en Deldiario, de sacarle partido artístico a dolores que uno tiene destinados (ninguno de los autores de este texto ha buscado el premio Aguascalientes). El hecho es que, hoy, más de 200 libros de poesía mexicana contemporánea no tienen calidad suficiente, son malos o malísimos, según José Luis Rivas, Jorge Esquinca y José Javier Villarreal (este último con un historial amplio como jurado de premios desiertos).
Ahora, si bien es cierto que el Aguascalientes ha permanecido en los recientes años en una espiral construida por la duda, también es que se antoja difícil no encontrar un libro de calidad entre 200 trabajos. ¿Cuántos de estos libros desdeñados por los jurados serán publicados pronto, ganarán otro certamen o recibirán críticas en revistas literarias elevándolos a la excelencia? Parece por momentos que un exceso de conciencia y análisis busca restituir al premio el prestigio —poco o mucho— que se ha perdido entre los reconocimientos otorgados entre amigos a libros no del todo favorecidos ni por la crítica ni por la poesía.
Cierta poesía desierta
Nos hubiera gustado celebrar —seguir celebrando la vida— con un nuevo libro de poesía, porque en su lectura sopesamos algunas penurias cotidianas que nos acalambran, pero hoy nos encontramos, como otros lectores, en un debate sobre la condición de la actual poesía mexicana.
No es un axioma ni creemos que los poetas sean devorados por el verso, pero nos asaltan dudas. Alguien dijo: te tengo una mala noticia que es muy buena: creo, siento sin entusiasmarme con desenlaces provisionales, que este hecho es una advertencia para quienes tienen prioridades en verso, lo que dejaría que la especulación, el debate y la reflexión aderezados de “incursiones fallidas o triunfales, certeras o descabelladas con barbaridad y talento con inspiración o supersticiones” (Gabriel Zaid dixit) “comiencen a aparecer”.
Aquí la carencia es una necesidad que quiere ser satisfecha y el homenaje a Gerardo Deniz —tan merecido como necesario— encaja por una sola circunstancia: su obra poética.
“Declarar ahora desierto ese premio no es ni un llamado ni una advertencia, no es más que otro foco de alarma de un proceso más general y más grave: yo mismo acabo de ser jurado de un concurso literario que fue declarado desierto. Eso está ocurriendo cada vez con más frecuencia en los certámenes. No sólo está en juego la salud de la poesía, sino la de toda la literatura mexicana”, considera el crítico y poeta Sergio Cordero, quien no descarta la corrupción moral de los certámenes.
“Los grupos y mafias literarias, a los que se les culpa del fracaso de tantas jóvenes promesas, son uno entre varios males. Esta clase de grupos surgieron el siglo pasado como una estrategia de los escritores para defenderse de un medio sociopolítico hostil. Pero el tiempo les restó vigencia y sus propias estrategias defensivas los asfixian. Hay un mal más grave y reciente: desde que escriben sus primeros versos, los escritores jóvenes ven a la literatura como un medio y no como un fin. No les interesa escribir bien, les interesa cobrar bien por lo que escriben, aunque sus libros no aporten nada a la cultura”, dice.
No es extraño. En un medio donde los críticos son especie en extinción, las campañas para exterminarlos es sistemática y tiene consenso en el ambiente literario. Para Cordero, la complicación es doble: hay quienes no quieren decir a un autor que no tiene talento; pero ocurre también lo inverso: no se reconoce la trayectoria de un escritor de talento porque no pertenece a un grupo influyente, porque no es funcionario o no se deja seducir por una facción cultural.
“En vista de tan negro panorama con las anteriores consideraciones”, finaliza Cordero, “¿qué pasaría si desapareciera el Premio de Poesía de Aguascalientes? Absolutamente nada”.
El premio ha sido ganado, entre otros poetas mexicanos, por Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández, Myriam Moscona y Malva Flores; y sólo ha sido declarado desierto en dos ocasiones: la primera por un jurado compuesto por Isabel Fraire, Ulalume González de León y Rubén Bonifaz Nuño. Ahora, José Javier Villarreal, Jorge Esquinca y José Luis Rivas han hecho lo mismo.
“Resulta inquietante”, considera el poeta Eduardo Hurtado, “que el certamen de poesía más importante de México, al que concurre cada año una considerable proporción de los muchos autores que se dedican de lleno al género, arroje este resultado desalentador: entre los más de 200 originales presentados: ni uno solo alcanzó a colmar las supremas exigencias de los dictaminadores”.
Según Hurtado, algo debe andar muy mal si se piensa que esto sucede en un medio donde un considerable número de poetas se consagra al oficio, publica, concurre a talleres o los coordina, y asiste a toda clase de actividades relacionadas con la poesía, en un país que goza de un amplio reconocimiento por la calidad de sus poetas.
“Ellos mismos (los jurados) recibieron este premio antes, sus obras desataron polémicas a la hora en que ganaron, y aún está por verse (el tiempo dirá) si sus respectivos libros, que merecieron el galardón, tienen las cualidades necesarias para perdurar”, agrega.
Para Armenta Malpica, sin embargo, era necesario un alto al premio.
“Creo que era necesario un alto al premio, y aunque coincido con Hurtado en que no debiera premiarse a un autor que no concursó, por excelente que sea la obra de Deniz, tampoco creo que la salud de la poesía mexicana esté en duda. Simplemente a tres autores (que antes han ganado el premio) se les hizo que ya estaba muy deslucido el certamen y quisieron levantarlo. Iba en juego el prestigio del Aguas (y por tanto el suyo propio)”, considera.
Desde luego, nadie cuestiona la vida ni la importancia del Aguascalientes, pero es momento de que la vuelta de tuerca que se inició tras el dictamen de 2007 se concrete. Abrir el abanico de posibilidades estéticas es, quizá, la tarea más importante.
***
Luis Aguilar es poeta. Autor de Eclipses y otras penumbras, Soberbia de cantera, Tartaria, Mantel de tulipanes amarillos y Los ojos ya deshechos. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y portugués. Armando Alanís Pulido es poeta y coordinador del proyecto independiente Acción poética. Es autor de Combustión espontánea, Los delicados escombros y La costumbre heroicamente insana de hablar solo, entre otros libros.
http://www.milenio.com/suplementos/laberinto/nota.asp?id=593478
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Premio Aguascalientes de Poesía: No lo sabemos des(c)ierto
Luis Aguilar y Armando Alanís Pulido
Periódico Milenio
La suspicacia ronda los premios literarios. Los grupos de poder, el marketing, la imposición de jurados, el predominio de una visión estética particular, son algunos de los males que aquejan a la República de las Letras.
9-Febrero-08
Amigos convenientes
En 2003, en una cantina de Texcoco, el poeta Rolando Rosas Galicia nos contó que, a la deliberación del Premio Aguascalientes 1978, Jaime Sabines llegó tarde y preguntó a sus compañeros jurados si habían leído los libros. Efraín Huerta habría confesado que no, mientras Roberto Fernández Retamar dijo haberlo hecho, pero admitió requerir consejo para “orientar” su decisión. Sabines propuso dar el premio a Elena Jordana, y Elena Jordana, con Poemas no mandados, ganó el codiciado galardón. Para nadie era un secreto la férrea amistad que Jordana y Sabines sostenían. Incluso, un poema de la autora menciona al poeta chiapaneco, por si quedaban dudas de la cercanía. Cita: Sabines dijo: /A la chingada las lágrimas /y se puso a llorar /como se ponen a parir. /Yo dije: /al carajo la poesía /y me puse a escribir /como se ponen a vivir (de Poemas no mandados, 1978).
Si sí o si no, no es tanto un secreto como un entendido nacional y conveniente. En el panorama literario no es poco común que los libros premiados resulten de talleres impartidos por los propios jurados; o que las relaciones personales que se entablan en centros de creación, ámbitos burocráticos o grupos de “política cultural” afines, redunden luego en la causalidad de reconocimientos y jurados.
Los cuestionamientos a un hipotético demérito en la calidad de los libros premiados con el más importante reconocimiento nacional de poesía —exacerbados quizá sin correlación directa con la concesión del premio a Mario Bojórquez (El deseo postergado, 2007)— pasan por un desgaste dadas las relaciones interpersonales de premiadores y premiados; aunado a la insistencia —mediante la selección de jurados— respecto de una visión estética casi única e indivisible, cuya excepción fue, quizá, Héctor Carreto (Coliseo, 2002).
Esa estética plantea la visión única del centralismo, a partir de los academicismos establecidos por el sector oficial: talleres del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Centro Mexicano de Escritores o la Fundación para las Letras Mexicanas, entre otros, que excluyen de manera consecutiva visiones estéticas o planteamientos que no encajan en las visiones de quienes detentan el poder de las políticas culturales; una visión que incluso ha llegado a reivindicar —dentro del Aguascalientes— a escritores más por su trayectoria que por los materiales presentados a competencia.
Un ejercicio realizado de manera extraoficial entre poetas en 2002 (Luis Aguilar, Julián Herbert y Luis Armenta Malpica) arrojó una lista de —entonces— potenciales ganadores del premio. En la lista, surgida de la tertulia y el divertimento con la estética impuesta al premio, figuraban el propio Bojórquez, María Rivera, María Baranda, Luigi Amara y Luis Vicente de Aguinaga. Salvo Amara, los otros cuatro han ganado ya el premio Aguascalientes. Así es de predecible la estética predilecta. La excepción que confirma esta regla es, tal vez, Carreto.
“Hay una visión clara porque la selección de jurados había sido realizada con cierta alevosía, y con la ventaja de imponer a jurados sin ninguna variación en su propia creación y en lo que seguramente evaluarían de un trabajo poético. De los últimos premios, María Rivera tiene un libro (con el que ganó el Premio Elías Nandino) mucho mejor que el que obtuvo el Aguascalientes y, en general, creo que solamente el libro de Aguinaga (Reducido a polvo, 2004) alcanza el nivel que debería exigir el premio”, considera Armenta Malpica, director de Mantis Editores, quizá la editorial independiente de poesía con más peso en el país.
No es casualidad que, en el acta de su dictamen, el jurado del premio haya establecido, de manera unánime, declarar desierto el Aguascalientes 2008, “debido a que ninguno de los manuscritos cumplió con el nivel de excelencia indispensable en un concurso con la trayectoria y el prestigio propios del Premio de Poesía Aguascalientes”.
En la consideración debemos sumar los cambios hechos en la organización y a las reglas del premio, luego de la polémica generada por la concesión del premio a Bojórquez, a partir del cual se estableció la obligatoriedad de nombrar un jurado internacional, uno nacional (ganador del premio) y uno local. Incluso, hubo planteamientos para que los jurados nacionales y locales fuesen seleccionados al azar, mediante sorteo. Ello muestra que la crisis en la organización y otorgamiento del Aguascalientes no es un fantasma empujado desde fuera.
Esta crisis se nutre desde luego de leyendas, digamos, poéticas, como la de un bardo tabasqueño que elabora una bitácora de jurados contra ganadores, analizando el estilo de ambos y sacando conclusiones, con la finalidad de escribir algo que sea afín al grupo de evaluadores. Sí: en las letras mexicanas los carriles, tendencias, estilos y conformación de grupos son un secreto ya no tan a voces, por lo que en la discusión entre la suspicacia y el merecimiento, siempre gana la primera.
Te lo juro por el jurado
Sin duda alguna, quienes asumen la responsabilidad de imponer su gusto para definir un merecimiento tienen todo nuestro respeto, aunque en algunos casos no comulguemos con la idea de declarar desierto un premio. Y no se trata, como decía Alfonso Reyes en Deldiario, de sacarle partido artístico a dolores que uno tiene destinados (ninguno de los autores de este texto ha buscado el premio Aguascalientes). El hecho es que, hoy, más de 200 libros de poesía mexicana contemporánea no tienen calidad suficiente, son malos o malísimos, según José Luis Rivas, Jorge Esquinca y José Javier Villarreal (este último con un historial amplio como jurado de premios desiertos).
Ahora, si bien es cierto que el Aguascalientes ha permanecido en los recientes años en una espiral construida por la duda, también es que se antoja difícil no encontrar un libro de calidad entre 200 trabajos. ¿Cuántos de estos libros desdeñados por los jurados serán publicados pronto, ganarán otro certamen o recibirán críticas en revistas literarias elevándolos a la excelencia? Parece por momentos que un exceso de conciencia y análisis busca restituir al premio el prestigio —poco o mucho— que se ha perdido entre los reconocimientos otorgados entre amigos a libros no del todo favorecidos ni por la crítica ni por la poesía.
Cierta poesía desierta
Nos hubiera gustado celebrar —seguir celebrando la vida— con un nuevo libro de poesía, porque en su lectura sopesamos algunas penurias cotidianas que nos acalambran, pero hoy nos encontramos, como otros lectores, en un debate sobre la condición de la actual poesía mexicana.
No es un axioma ni creemos que los poetas sean devorados por el verso, pero nos asaltan dudas. Alguien dijo: te tengo una mala noticia que es muy buena: creo, siento sin entusiasmarme con desenlaces provisionales, que este hecho es una advertencia para quienes tienen prioridades en verso, lo que dejaría que la especulación, el debate y la reflexión aderezados de “incursiones fallidas o triunfales, certeras o descabelladas con barbaridad y talento con inspiración o supersticiones” (Gabriel Zaid dixit) “comiencen a aparecer”.
Aquí la carencia es una necesidad que quiere ser satisfecha y el homenaje a Gerardo Deniz —tan merecido como necesario— encaja por una sola circunstancia: su obra poética.
“Declarar ahora desierto ese premio no es ni un llamado ni una advertencia, no es más que otro foco de alarma de un proceso más general y más grave: yo mismo acabo de ser jurado de un concurso literario que fue declarado desierto. Eso está ocurriendo cada vez con más frecuencia en los certámenes. No sólo está en juego la salud de la poesía, sino la de toda la literatura mexicana”, considera el crítico y poeta Sergio Cordero, quien no descarta la corrupción moral de los certámenes.
“Los grupos y mafias literarias, a los que se les culpa del fracaso de tantas jóvenes promesas, son uno entre varios males. Esta clase de grupos surgieron el siglo pasado como una estrategia de los escritores para defenderse de un medio sociopolítico hostil. Pero el tiempo les restó vigencia y sus propias estrategias defensivas los asfixian. Hay un mal más grave y reciente: desde que escriben sus primeros versos, los escritores jóvenes ven a la literatura como un medio y no como un fin. No les interesa escribir bien, les interesa cobrar bien por lo que escriben, aunque sus libros no aporten nada a la cultura”, dice.
No es extraño. En un medio donde los críticos son especie en extinción, las campañas para exterminarlos es sistemática y tiene consenso en el ambiente literario. Para Cordero, la complicación es doble: hay quienes no quieren decir a un autor que no tiene talento; pero ocurre también lo inverso: no se reconoce la trayectoria de un escritor de talento porque no pertenece a un grupo influyente, porque no es funcionario o no se deja seducir por una facción cultural.
“En vista de tan negro panorama con las anteriores consideraciones”, finaliza Cordero, “¿qué pasaría si desapareciera el Premio de Poesía de Aguascalientes? Absolutamente nada”.
El premio ha sido ganado, entre otros poetas mexicanos, por Juan Bañuelos, José Emilio Pacheco, Eduardo Lizalde, Francisco Hernández, Myriam Moscona y Malva Flores; y sólo ha sido declarado desierto en dos ocasiones: la primera por un jurado compuesto por Isabel Fraire, Ulalume González de León y Rubén Bonifaz Nuño. Ahora, José Javier Villarreal, Jorge Esquinca y José Luis Rivas han hecho lo mismo.
“Resulta inquietante”, considera el poeta Eduardo Hurtado, “que el certamen de poesía más importante de México, al que concurre cada año una considerable proporción de los muchos autores que se dedican de lleno al género, arroje este resultado desalentador: entre los más de 200 originales presentados: ni uno solo alcanzó a colmar las supremas exigencias de los dictaminadores”.
Según Hurtado, algo debe andar muy mal si se piensa que esto sucede en un medio donde un considerable número de poetas se consagra al oficio, publica, concurre a talleres o los coordina, y asiste a toda clase de actividades relacionadas con la poesía, en un país que goza de un amplio reconocimiento por la calidad de sus poetas.
“Ellos mismos (los jurados) recibieron este premio antes, sus obras desataron polémicas a la hora en que ganaron, y aún está por verse (el tiempo dirá) si sus respectivos libros, que merecieron el galardón, tienen las cualidades necesarias para perdurar”, agrega.
Para Armenta Malpica, sin embargo, era necesario un alto al premio.
“Creo que era necesario un alto al premio, y aunque coincido con Hurtado en que no debiera premiarse a un autor que no concursó, por excelente que sea la obra de Deniz, tampoco creo que la salud de la poesía mexicana esté en duda. Simplemente a tres autores (que antes han ganado el premio) se les hizo que ya estaba muy deslucido el certamen y quisieron levantarlo. Iba en juego el prestigio del Aguas (y por tanto el suyo propio)”, considera.
Desde luego, nadie cuestiona la vida ni la importancia del Aguascalientes, pero es momento de que la vuelta de tuerca que se inició tras el dictamen de 2007 se concrete. Abrir el abanico de posibilidades estéticas es, quizá, la tarea más importante.
***
Luis Aguilar es poeta. Autor de Eclipses y otras penumbras, Soberbia de cantera, Tartaria, Mantel de tulipanes amarillos y Los ojos ya deshechos. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y portugués. Armando Alanís Pulido es poeta y coordinador del proyecto independiente Acción poética. Es autor de Combustión espontánea, Los delicados escombros y La costumbre heroicamente insana de hablar solo, entre otros libros.
Etiquetas: Armando Alanís Pulido, Efraín Huerta, Elena Jordana, Jaime Sabines, Luis Aguilar, Luis Armenta Malpica, Premio Aguascalientes, Roberto Fernández Retamar, Rolando Rosas Galicia, Sergio Cordero
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